Le pregunto a mi hija de ocho años: ¿Qué haces cuando te caes?… y ella resuelta me dice: “Me levanto, me sacudo y sigo adelante”.
No cabe la menor duda: López Obrador es un hombre lleno de defectos. Y tal como ha sido planteado en espacios editoriales en las últimas semanas —y lo que falta- sobre todo que ya se tiene definido el tema de la campaña: cambio contra continuidad, es el propio López Obrador quien se ha encargado de hacerlos aún más evidentes. Ahí están 2006 y 2012 como muestra. Sin embargo, los defectos de AMLO están siendo burdamente exagerados, y pareciera que se ha perdido de vista que no le son exclusivos. Después de todo, el señor López es un político profesional, se comporta como tal, se ha desempeñado de acuerdo a las reglas del poco virtuoso sistema político mexicano, y es pre-candidato a presidente por ser, precisamente, un hombre lleno de defectos (ambicioso, egocéntrico, autoritario, etcétera…). Lo mismo puede decirse de cualquiera de sus posibles rivales: Osorio, Meade, Videgaray, Nuño, Anaya, Mancera, Zavala… Ellos también se comportan como políticos profesionales. De hecho, cualquiera de los principales pre-candidatos a presidente encarnan los perfiles de los políticos exitosos en México, y el ser consciente de ello obliga a respetar el segundo mandamiento de supervivencia en este país (posterior a Hervir el Agua Antes de Beberla): Nunca Confiar en los Políticos. Pero una cosa es confiar en los políticos, y otra muy diferente es estar de acuerdo con ellos.
Encontrar un político en quien confiar es más o menos como querer encontrar un taco de suadero en la Plaza de Tiananmen. Estar de acuerdo con un político es descubrir puntos de convergencia en alguna o varias áreas de política, de economía; significa tener lecturas similares sobre la situación del país.
Esta es la discusión que precisamente nos debe importar en la próxima elección: ¿cuál es y por qué…? la opción de gobierno que tiene la mejor lectura sobre los problemas del país y sus posibles soluciones. Y es ahí donde los defectos personales de cualquiera de los posibles candidatos, si bien son importantes y merecen análisis y crítica, pasan a segundo plano. Decir esto no es aplaudir la doble moral, el cinismo o la pobre autocrítica de cada uno de ellos (maximizadas burdamente en López Obrador). Claro que nos gustaría vivir en un país en el que las instituciones políticas fuesen incubadoras de políticos menos defectuosos, donde los ciudadanos tuviésemos un mayor control de la vida pública, y en el que de paso hubiésemos resuelto temas tan importantes como la pobreza. Lamentablemente, no hemos construido aun ese país.
Lo que sugiero es que debemos advertir, que nuestra tarea en la próxima elección es elegir entre otros 6 años de gobiernos de derecha (moderada e ineficiente, pero derecha) o de izquierda (lejana a la izquierda que quisiéramos, pero por ahora la izquierda que existe en México). La histeria por elegir a un político que no sea egocéntrico o sufra de altas dosis de ambición de poder es absurda. La creencia de que en esta elección podremos elegir a un estadista es tan ingenua como ingenuo sería el pedirle al sistema electoral que nos permita hacer lo que en la selección nacional se puso de moda en mundiales pasados: nacionalizar jugadores… con esa lógica haríamos presidente a Ricardo Lagos, Felipe González o Barack Obama, pero ese no es el problema.
Nuestro problema actual no es tanto la carencia de jugadores desequilibrantes sino la adopción de un sistema de juego pertinente. La elección del próximo 01 de julio es una elección entre diferentes agendas políticas y no entre candidatos a Señorcito Personalidad. La nuestra es una elección que se mueve en torno a lo que políticamente nos hemos dado y no a lo que aún no hemos logrado construir. Es precisamente en la arena de los sistemas de juego en donde creo que México requiere -con carácter de urgente- de un gobierno que ponga las prioridades en un orden distinto a como han sido organizadas durante las últimas tres décadas. ¿Quién es entre los candidatos el que está dispuesto a hacerlo?
Probablemente cambiar las prioridades de la agenda de gobierno no está en la naturaleza de las ideas políticas ni ideológicas de algunos de los candidatos. Quizás ni siquiera en su lectura del país lleguen a percibir la necesidad de hacerlo. A decir verdad, sólo hay un candidato con posibilidades reales de ganar la elección que explícitamente ha dicho estar dispuesto a intentar un orden distinto de prioridades, y ese candidato es el egocéntrico, peligroso y autoritario López Obrador.
Ahora bien. Para algunos la tarea fundamental del estado es la seguridad. Para los que nos definimos socialdemócratas, la tarea del estado es mucho más diversa. Creemos que hay que dotar al estado con los instrumentos que le brinden el potencial para realizar todas esas tareas que lo hacen una institución mucho más útil y compleja que la de simple gendarme, sin que por ello haya una necesidad de renunciar a los valores de efectividad, honradez y eficacia. El dilema del estado delgado y eficiente o el estado robusto e ineficiente es falso. Ahora tenemos un estado que, además de inefectivo, siendo de complexión anoréxica consume como si fuese un gordinflón (entre 2007 y 2017 el gasto programable en México creció 70% en términos reales, pero el 80% de ese gasto se concentró en gasto corriente, y 50% del gasto corriente se destina a servicios personales). Pensar que es posible construir un estado que responda a las necesidades de México no equivale a anhelar que el gobierno vuelva a hacerse cargo de la producción de bicicletas BIMEX. Lo que se requiere, y que NO está ni estará en la agenda de la derecha, es propiciar las reformas y políticas que permitan crear las redes de seguridad social y de oportunidades de empleo que uno de los países más desiguales del mundo –México- urgentemente necesita. Y para lograrlo se requiere pensar de manera diferente.
Por otro lado, el nivel del debate político en México es pobre no sólo entre los candidatos sino también en los medios de comunicación e incluso entre los círculos «intelectuales». En todos los ámbitos se ha desatado una guerra de desinformación, sobre todo, auspiciada desde los cuantiosos presupuestos públicos destinados a la “Comunicación Política”. De ahí que el tercer mandamiento de supervivencia en México es “No Confiar en los Noticieros de Televisión”. Quienes creemos que México puede y debe cambiar el orden de sus prioridades no podemos darnos el lujo de sentarnos a llorar al son de la Rosa de Guadalupe o del rescate de la niña Frida Sofía.
Quienes no somos parte de ninguna “cúpula”, o “elite”, a pesar de que hemos sido vistos e interpretados como un grupo de idiotas que sin ninguna crítica consume lo que le digan, tenemos un eficaz instrumento de cambio en nuestro poder: Salir a votar. Llorar y solapar, o votar y cambiar, ese es nuestro dilema. Tal como hoy me enseña mi hija de ocho años cada vez que sea cae.
@leon_alvarez