En las últimas semanas se ha intensificado –y créame que es solo un atisbo de lo que viene- el debate acerca de la viabilidad del triunfo de Andrés Manuel López Obrador y la preocupación de la clase política si ello llegase a suceder. Sobre todo a personajes ligados al PRI de Atlacomulco, a los intereses creados entorno al poder político actual, pero también, a quienes se han dedicado a denostarlo y agraviarlo personalmente no solo ahora sino desde que se inició en la travesía de buscar la presidencia aquel lejano 2006.
Obviamente, desde el gobierno están más que preocupados porque la figura del caudillo –como ellos insisten- en llamar a López Obrador, pueda destrozar el México “del futuro” como también insisten en argumentar –como desde hace 30 años que ese “futuro” nada más no llega- por cierto.
Consintamos que, el debate, además, en los círculos periodísticos se ha estancado en las posiciones de contraste; es decir, si la elección se vuelve de dos y no de tres; y si la competencia es entre una visión de cambio –que López Obrador desde la izquierda ha ido moderando al menos en el discurso y con alianzas cada vez más hacia el centro- contra una visión de continuidad y continuismo; y otra que promete un cambio solo de piezas pero evidentemente no un cambio de la situación actual. Sin embargo, están dejando de lado la realidad que se vive y se palpa en la vida cotidiana de los mexicanos y es el corazón de la propuesta de López Obrador.
No es gratuito que Andrés Manuel siga avanzando y coma terreno. Sin la publicidad en medios impresos, radiales y televisivos, y toda la cobertura que presidencia le da a “sus candidatos”, López Obrador llena plazas, levanta polvareda y enciende pasiones al tiempo que sigue presionando en las fallas del sistema actual lleno de ineficiencia, indolencia, corrupción, violencia e inseguridad. Habrá que añadirle que sin una estructura formal –eso es de gran mérito- pero también es, quizás, su mayor “gran debilidad”. Pero así está trabándose el combate en tierra. Aquí valdría la pena lanzarse una pregunta clave: ¿Qué tanto operarán a favor o contra Peña Nieto-Videgaray, Nuño-Meade-Ochoa las propias estructuras del PRI?
Por otro lado, en el ánimo colectivo de los de a pie, también es claro que hay desconfianza-incredulidad porque las autoridades competentes le den el triunfo a López Obrador. “No lo van a dejar llegar” es la frase más repetida entre sus seguidores no tan optimistas en las reglas de juego. En este sentido, es claro que ha tratado de desmarcarse y no cometer los errores del candidato rijoso y autoritario de las pasadas campañas políticas. Pero no debemos dejar pasar que a diferencia del 2006 y del 2012 cinco factores marcan diferencia: i) la ruptura de las cúpulas con el poder en turno no era tan evidente; ii) el poder de convocatoria del presidente y el control del gabinete no estaban en los niveles de hoy; iii) el descrédito de la clase política “tradicional” no es la misma ahora en el PAN-PRD-MC; iv) los grupos empresariales no estaban tan descontentos con el presidente; y v) las redes sociales y nuevas plataformas han empoderado y permitido al ciudadano allegarse de información por fuentes no tradicionales que, a diferencia “de lo tradicional” casi siempre están cooptadas por las oficinas de comunicación social del gobierno en turno. Habrá que ver cuál de estos elementos pesa más que otros y cómo se decantan en la campaña, pero una cosa es segura, hoy el control de la narrativa gubernamental no está con el gobierno y sí bajo cientos de millennials que a diario muestran lo anacrónico de nuestra clase política.
Ahora bien, hay un factor poderosísimo y que pesa más que todos los anteriores y es Estados Unidos. Aparentemente, Trump y la clase empresarial, dígase los militares, los Republicanos, el Comando Norte y sus distintas posiciones: iniciativa Mérida, la Border Patrol, el muro, la migración y el trasiego de drogas, y que, desde mi punto de vista será la clave de la elección. También vale la pena preguntarse: ¿Qué papel y de qué forma darán el “palomazo” los gringos al candidato que más certeza les dé sobre el futuro de México y, obvia decir, de sus propios intereses? Pues ahí está el detalle.
Y no es que me envuelva en la bandera nacionalista y salgan a relucir los colores patrios estilo el pobre de Juan Escutia, pero por la forma en que se han entregado Videgaray y el Presidente Peña a los lineamientos norteamericanos al grado de soportar toda serie de humillaciones de Trump en la renegociación del TLCAN y cada vez que se le antoja por tuiter; a la reforma fiscal norteamericana; a la presión del ICE para deportar dreamers y “delincuentes” indocumentados mexicanos; pues ahí sí hay un factor de peso contra López Obrador. El asunto aquí es cómo se decanta Estados Unidos si en el lapso de la campaña y hasta la elección el candidato oficial, y los oficialistas, no dan el “do” de pecho y López Obrador se mantiene con serias posibilidades de ganar las elecciones. Por muchas razones, veo una disyuntiva muy parecida a la que se vivió con Ernesto Zedillo entre 1988 y 2000, en la que dimos el vuelco democrático más importante del país. Sigamos observando.
Por último, si de anacronismos se trata, qué le parece el nuevo slogan de Meade: ¿¡“Ya viene lo mejor para México”?! … Me recuerda que nunca llegó “lo mejor» para la alcaldía de Durango cuando ganó Esteban. En fin.
@leon_alvarez