La forma es fondo…

Durante la semana recibí algunos correos de lectores que tienen una opinión diferente de la que expresé en mi artículo anterior, concretamente sobre la creencia de algunos de ellos, que la transición iniciada en Durango es un mero maquillaje, un cambio de piel, pero no de estructura ni de fines u objetivos. Que el revanchismo político seguirá y que una nueva cúpula tratará de imponer una hegemonía de grupo, con las mismas prácticas y trampas de siempre. Que eso es lo que seguirá pasando y persistirá.

Aunque me parece un juicio prematuro para obtener conclusiones tan drásticas, es entendible la preocupación no solo de aquellos quienes tuvieron la amabilidad de escribirme por correo electrónico, sino de muchos duranguenses. Desde mi perspectiva, son hartos los retos y compromisos de este gobierno con la ciudadanía: primero, por haber llegado “coaligado” políticamente; segundo, porque llega en condiciones económicas totalmente desfavorables y no tienen un margen de maniobra financiero tan holgado como administraciones pasadas; y tercero, porque justo quienes tienen las llaves del suministro económico a nivel federal (Diputados Federales, Senadores y Delegaciones Federales), pertenecen al partido que fue vencido en las elecciones y se encuentran preocupadísimos en apoyar al poder ejecutivo actual y, por tanto, la elección en el Estado de México, Coahuila y Nayarit. Amén de lo que está en juego en 2018, que es, precisamente, la presidencia de México.

No es gratuito que en estas condiciones la mayoría de las gubernaturas que perdió el PRI en 2016, al igual que en otras entidades gobernadas por un partido diferente al del presidente, padezcan la indolencia federal (real o imaginaria). Subrayo nuevamente, producto de la dependencia de los recursos hacendarios de la mayoría de los estados de la República. Si a esto le suma usted que como estrategia de llegada, lo primero que se hizo fue acusar a los gobiernos salientes de mal o pésimo manejo financiero (razones hay de sobra), no les importó la buena o mala reputación de instituciones federales como el SAT o la propia Secretaría de Hacienda, entonces vemos como consecuencia el retraso o la poca celeridad a los presupuestos federales, según sea el caso o la entidad particular. No olvide que al final de cuentas estamos en un juego de poderes.

Sin embargo, tengo que reconocer (coincidiendo en el juicio de varios de esos lectores a quienes trato de responder en esta columna) que si bien se muestra la intención, las formas y el fondo nos ponen a dudar.

En cuanto a la forma, no se muestra un trabajo de equipo y lejos de mostrar cohesión y buena comunicación intra e intergubernamental, se han ventilado asuntos hasta de índole personal fuera del gabinete estatal o municipal, a través de redes sociales y declaraciones en medios de comunicación y prensa local. Se olvidan de una premisa fundamental y es esa que dice que: “la ropa sucia se lava en casa”. Hay quienes dicen que eso es normal en un gobierno transparente y que antes no se notaban estos disensos y que esto es positivo; no obstante, soy de los que piensa que hacia dentro del gabinete se vale todo: críticas, disenso, consenso, rupturas, gritos, divorcios, malas caras, gestos…; pero hacia fuera, es prioritario salir con acuerdos, pactos y acciones coordinadas y conjuntas y no con disensos. Se podrán equivocar y habrá que cambiar la estrategia de solución, pero eso es diferente a boicotearse o ventilarse públicamente sus diferencias.

En cuanto al fondo, si bien estamos de acuerdo en el cambio, ningún secretario toma el mando o la responsabilidad en el área que le toca encabezar. Estrategia o no, no queda claro el reparto de cuadros y la capacidad y experiencia de algunos de ellos en sus respectivas áreas, pero sí es manifiesto que delegan toda la responsabilidad al gobernador y, créame, estimado lector, lectora, que estamos cansados de que en la figura del gobernador encontremos al héroe o tlatoani que va resolver todos los problemas de le entidad. Ni Kalimán era capaz de eso.

@leon_alvarez

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