Los números y porcentajes que arrojan las encuestas son fríos y seguramente van a cambiar, de eso no hay duda. Las campañas políticas, con base en buenas mediciones, se deben ir afinando o ajustando pero no olvidemos que no se trata de bolas de cristal o predicciones del futuro. Falta la contienda y faltan los ataques directos lícitos e ilícitos de los contrincantes y cómo se vayan acomodando los contendientes en el campo de batalla. Hasta el momento los dos aspirantes a disputarle la elección, en segunda posición de arranque a López Obrador, son Ricardo Anaya y José Antonio Meade.
Sin embargo, leo y reviso con preocupación algunos juicios de valor emitidos más con las vísceras en la mano y desde el corazón, que desde le estricto apego a la información objetiva que de ellas emana. Reparan casi exclusivamente en la intención de voto por partido o candidato, revisan el récord de los independientes, y eso es valioso, pero no veo una seria autocrítica –del gobierno en el poder y de los partidos- de la situación que se está viviendo y que también aparece mes con mes, semana tras semana, día tras día. Una elección legitimada con un tercio o menos de los votos es una pésima noticia para la gobernabilidad, gane quien gane.
López Obrador va adelante, es verdad. Pero debe tener los pies de plomo y saber que esto se termina hasta el primero de julio de 2018 al cerrar las casillas, e incluso, si me lo permiten, hasta que el INE haga el cómputo oficial de las boletas –y aún después-. Su equipo de estrategia electoral, de tierra, en casillas y secciones electorales tiene un reto mayúsculo. Esa es su mayor gran debilidad por tratarse de un partido sin estructura. Por otro lado, ha demostrado en dos campañas seguidas (2006 y 2012) que no se sabe mover bajo la presión y la amenaza de guerra sucia frontal. Que entra en pánico cuando la ventaja inicial se estrecha, es alcanzado o incluso rebasado y, justamente por ser el puntero, lo más natural es que su trabajo sea mantenerse en esa posición, e inclusive, hacer valer su condición de único retador a cambiar el estado actual ineficiente del gobierno y sus aliados satélite. Por el momento, sus mejores promotores han sido el Presidente y los propios priistas, pero esto apenas empieza.
Y precisamente es el mal momento del país, del gobierno y del PRI que lo encabeza el elemento nuevo en esta contienda. Un gobierno federal vapuleado con los escándalos de corrupción y de violencia, una imagen presidencial tan deteriorada –poco vista en la época reciente de México-, y un candidato, José Antonio Meade, que se empeña en mostrar “un México de futuro” que justamente desde la gestión del PRI –de donde forma parte- se han encargado de poner en entredicho. Un enorme reto la “consolidación” de las reformas que plantea.
Cito dos de los grandes “logros” del gobierno actual: la reforma energética y de telecomunicaciones. ¿Cómo no dudar del nuevo aeropuerto o de las nuevas empresas en telecomunicaciones si el árbitro ha perdido legitimidad y probidad? ¿Cuál es la imagen de México al exterior en la fallida licitación del tren México-Querétaro? Hagamos un lado la inflación y el desempeño económico que en mucho se debe a un mal manejo de la política económica: ¿Han mostrado voluntad, autocrítica o preocupación por aclarar los casos de Odebrecht, OHL, Grupo Higa que pegan directamente en la credibilidad de le reforma energética?
Anaya va por la conformación de un gobierno de coalición en un Frente Ciudadano que aún no despliega con contundencia lo que debe cambiarse –¿Qué es exactamente cambiar al régimen?- y las propuestas concretas que pudieran reencauzar nuestra economía y seguridad. Sabemos, eso sí, que su campaña ha tomado impulso por las recientes denuncias de Javier Corral Jurado, Gobernador de Chihuahua, que ha evidenciado la forma de operar de la Secretaría de Hacienda y el uso de los recursos financieros a los estados de manera discrecional y con una dosis de oportunismo político que todos sabían, pero que nadie se había atrevido a cuestionar y menos evidenciar. Buen trabuco el de Corral, un panista muy heterodoxo.
Las campañas políticas aún no comienzan por lo tanto las preferencias por partido y candidato deben modificarse conforme avancen. No existen bolas de cristal ni fórmulas mágicas. La constante será la incertidumbre. No olvidemos que las contiendas políticas se definen en lo local y, una buena dosis de autocrítica entre tirios y troyanos, no estaría mal.
@leon_alvarez