Durante muchos años nos hemos hecho la misma pregunta: ¿cómo hacer de Durango un estado competitivo? La vacilación no es gratuita: para mejorar la calidad de vida de todos necesitamos incrementar nuestra competitividad. Sólo enfrentando con talento los retos del entorno es que podremos alcanzar las metas que como duranguenses compartimos.
Desde hace mucho tiempo, un modelo basado en la promoción del interés particular y el conflicto ha sido la pauta de desarrollo que hemos seguido. Hemos crecido con la idea de que para ser competitivos como empresarios, profesionistas, estudiantes, o políticos, debemos dirigir nuestro comportamiento en torno a un sólo motivo: el interés particular. Se nos ha dicho, y así lo hemos creído, que la búsqueda egoísta de aquello que nos conviene es la fuerza que hace más competitiva a nuestra sociedad. Sin embargo, esta vieja teoría de la competitividad, que ha motivado un sinnúmero de políticas públicas y empresariales, si bien alumbra conductas innovadoras, también fracciona voluntades, dilapidando la fuerza transformadora que sólo germina con la colaboración entre durangueses.
A contracorriente de la tradición, me voy a atrever a hacer una afirmación quizás polémica. Para que Durango avance, sea competitivo y gane, debemos ir más allá del interés personal. Mi argumento es que necesitamos un paradigma de desarrollo que objete los incentivos egoístas. Mi esperanza es que cada día hay más duranguenses que se organizan con nuevas actitudes, que intentan cosas frescas, que exploran ejercicios de acción conjuntos. Mi predicción es que si no escuchamos a esas voces emergentes, si no transformamos los fundamentos de nuestra sociedad, el desencanto general irá creciendo, al tiempo que Durango continuará rezagado.
Si perseguir exclusivamente nuestro interés no ha funcionado, ¿cuál es la alternativa? Para ir más allá del egoísmo, necesitamos crear mecanismos de cooperación, así como fortalecer los que ya existen. Cooperación y Alianza, deben ser las dos palabras más recurrentes en el vocabulario de los duranguenses que buscan ser competitivos.
¿Existe la posibilidad de que consolidemos una comunidad basada en el espíritu de multiplicar, y no solo de sumar, nuestro potencial? El mundo se mueve a partir de un juego cooperativo. Lo que se nos ha dicho sobre la fuerza del egoísmo es un error. El éxito no es el resultado de intereses individuales en permanente conflicto, ni tampoco la competitividad se logra a partir de esfuerzos aislados. No olvidemos que como individuos somos uno, pero como conjunto pertenecemos a una comunidad llamada Durango. El éxito de nuestro estado será el resultado de la permanente y coordinada interacción de individuos, al igual que las partes se ensamblan en una fábrica y forman un auto. Si basamos nuestro paradigma de desarrollo en el egoísmo, es posible que olvidemos que un carro es más que la suma de sus tornillos. De la misma manera, si basamos nuestro modelo empresarial, económico, profesional, o personal a partir del egoísmo, viviremos en una comunidad en la que nuestra afinidad con los demás será mínima, y nuestra interacción futura inexistente. Y como duranguenses aspiramos a lo opuesto. Sabemos que nuestras afinidades son mayores de las que vemos, y nuestros caminos se entrelazan más allá de lo que imaginamos.
¿Es posible sostener comportamientos cooperativos? Estoy convencido de que sí. Es más costosa la no-cooperación que la unión. De hecho, solo los grupos altamente cooperativos fueron capaces de sobrevivir y evolucionar, formar ciudades y transformar su entorno. Es por ello que los humanos tenemos una tendencia natural, instintiva, a cooperar y ser recíprocos.
Nuestra alta sensibilidad al egoísmo nos llevó a consolidar identidades de grupo. Durango está organizado sobre la base de diferentes grupos, con intereses enfrentados e información incompleta –y en ocasiones errónea– sobre los demás. Y la dominación de un grupo sobre los otros ha sido la estrategia reinante para imponer “acuerdos”. Pero ésta ha sido una solución rudimentaria y costosa. Nos ha llevado tiempo advertir que la imposición y el conflicto no conducen al desarrollo. Somos cooperativos, y por ello también agudamente sensibles al riesgo de enfrentarnos a lo que no conocemos. Para protegernos de lo desconocido hemos adoptado, contradictoriamente, un modelo basado en el egoísmo y el enclaustramiento en nuestros pequeños feudos.
Lo que requerimos es que nosotros, como sociedad, construyamos mecanismos para incrementar la confianza en nosotros y entre nosotros. Necesitamos acuerdos para coordinar las complejas tareas que tenemos enfrente y que por años hemos aplazado. Idealmente, debemos crear los engranajes que reduzcan nuestros prejuicios y cultiven la asociación sin necesidad de exclusión o imposición. Debemos crear los acuerdos que reflejen nuestra aspiración de vivir en un Durango mejor. Y ese camino, el de la construcción del Durango que anhelamos, no puede ser otro que el de la unión. La alianza será la expresión de nuestra naturaleza cooperativa, y la viga para dejar atrás el miedo a lo desconocido. Ha llegado el momento de darnos la oportunidad de multiplicar nuestras opciones, de dejar atrás nuestras viejas sujeciones y de expandirnos hacia nuevas oportunidades.
@leon_alvarez