Luego de haber pospuesto en al menos dos ocasiones su visita a Durango, Enrique Ochoa Reza, presidente nacional del PRI, estuvo la semana pasada en la capital del estado. Para muchos priistas, la presencia del jerarca tricolor –jerarca en la teoría- representaba que, de una vez por todas, la situación del Revolucionario Institucional entraría en una franca vía hacia, primero, la recuperación y, luego, la normalización de su vida interna. Sin embargo, las evidencias, especialmente las que se han filtrado, parecen indicar otra cosa.
Después del 5 de junio, los priistas quedaron pasmados. La derrota en las urnas reveló una cara hasta ahora desconocida en el PRI de Durango: no estaban preparados para perder, no existía un plan B porque, al menos en el imaginario construido en la soberbia –el peor de los pecados-, el fracaso electoral no era una opción posible. Pero lo fue. La realidad se impuso a causa de la imposibilidad del PRI para aceptar que el ciudadano estaba harto de los usos hechos costumbre, de las mañas, de las promesas sin cumplir… de que los mismos de siempre y sus cercanos gozaran de todo lo que significa sentarse a la derecha del Poder y los demás, todos los demás, fueran abandonados a su suerte. (Pero el dicho, nadie experimenta en cabeza ajena, parece confirmar su vigencia).
Entre los priistas de todos los niveles, especialmente entre los aduladores, aquellos que con su lengua florida auguraban “futuros de altos vuelos” para la entonces clase gobernante y para la nueva que vendría encabezada por el Candidato, cundió el pánico que luego se convirtió en parálisis –algunos de ellos, firmantes de la carta pública en contra de los causantes de la derrota-… ¿y ahora quién podría defenderlos? Los reproches de todos contra todos tuvieron lugar. Surgieron los nuevos iluminados, imberbes y doctos, plenos de inobjetable sabiduría y que, durante la campaña, asentían juiciosos: “todo va bien”. Regresaron los que habían sido condenados al ostracismo y sentenciaron sin miramientos: “se los advertí”. Y hubo también los espontáneos, aquellos que “siempre lo habían sospechado”, pero nunca dijeron nada.
Como los pescadores de Galilea que un día se quedaron mirando al cielo, priistas de todos los talantes miraban hacia lo alto en la espera de ver bajar al ungido que los reconciliara con la historia. Algunos alzaron la voz y afirmaron que nadie mejor que el gobernador saliente, Jorge Herrera Caldera, para tomar en sus manos la tarea de la reconstrucción del partido; otros, timoratos, se asumieron cabilderos y barajaron nombres; unos más dieron un paso al frente e imaginaron “ser el prócer que el partido necesita”. Hay otros, jóvenes valores, que también alzaron la mano. Pero incluso Jorge Mojica –aspirante a la jefatura vacante- tuvo críticas: “jóvenes que llegaron al PRI con la idea de tener un estatus, coche, secretaria…”, dijo ante el periodista Marco Curiel. El tlatoani tenía que venir de otras alturas.
Entonces llegó él, beneficiario de la democracia dirigida: Enrique Ochoa Reza, jefe nacional del PRI por obra y gracia de su cercanía con el otro Enrique. Aún hoy están frescas en la memoria las jubilosas publicaciones en las redes sociales donde priistas eufóricos decían de las bienvenidas y del camino que sería retomado “bajo la acertada conducción” de aquel que dijo: “no más imposiciones en el PRI”. Pero tampoco fue así. La única decisión ventilada públicamente fue que se enviará un delegado nacional “para conducir la elección del próximo presidente estatal del tricolor en Durango”. Y ya. Para eso no hacía falta que Enrique Ochoa viniera a Durango. ¿Qué fue lo que sucedió entonces?
De acuerdo con personas que estuvieron presentes en las reuniones llevadas a cabo entre Ochoa y los priistas de Durango, hubo hechos que permiten avizorar el futuro del PRI en el estado…
Primero, Ismael Hernández Deras asumió, frente a Ochoa Reza, el papel de jefe político del PRI en Durango. Con camisa a rayas rojas y blancas, en medio de camisas blancas, Ismael, sentado al frente y flanqueado por Ricardo Pacheco a su derecha; Oscar García Barrón, de pie; Héctor Vela, también de pie y detrás de Ismael; Carlos Matuk, sentado –como otros- a varias filas de distancia… envía la imagen del Jefe, el que toma y valida las decisiones.
Segundo, el exgobernador Jorge Herrera Caldera no asistió a las reuniones. Como ya se dijo, había voces que afirmaban que el exmandatario debería asumir el liderazgo del priismo, caído en la desgracia, pues su figura todavía aglutinaba a la maltrecha y descarriada familia tricolor. Pero ni siquiera estuvo presente en el cónclave priista.
Tercero, Esteban Villegas fue excluido. Aunque estuvo presente en algunas de las reuniones, no se le permitió la entrada a las sesiones en las cuales se tomaron las decisiones del encuentro de Ochoa Reza con el priista local. Aun entre los priistas hay niveles.
El mensaje es claro: Ismael Hernández Deras es, de facto, el Jefe Político del PRI en Durango, atrás quedó aquel anuncio en el cual el nacido en Mezquital había dicho de la disolución de su grupo, la evidencia mejor está en la fotografía que de manera reciente circuló en las redes sociales, donde se le ve al centro de los que integran su grupo más cercano. Lo sucedido en la reunión con Enrique Ochoa confirma lo que para algunos era tan solo una posibilidad.
En el caso del exgobernador Jorge Herrera Caldera, la realidad se impuso. Si existe un mensaje que resuma mejor las consecuencias –para su grupo- de haber perdido la gubernatura es: “sálvese el que pueda”. Para Esteban Villegas queda el limbo. No se le ve margen de maniobra. En el espíritu priista, así lo ha demostrado su historia, quien pierde, pierde más que la elección.
Entonces, les guste o no les guste a los priistas, Ismael ocupa ahora el vacío que todos los demás no acertaron a llenar. ¿Le conviene esto al PRI? Tal vez. Hoy el Revolucionario exige una mano fuerte que ponga orden en el desorden interno que, a cuatro meses y medio del día de la elección, persiste. ¿Es Ismael aquel que genera unidad y cohesión en el interior del PRI? No en todos los casos. Sin embargo, si no es él, entonces no se ve quien pueda hacerlo. Esto, por supuesto, no significa que él mismo asuma la presidencia formal del partido en Durango, pero lo que sí puede significar es que uno de sus cercanos lo haga.
Entonces, ¿a qué vino Enrique Ochoa Reza a Durango? Sólo a enterarse de que los priistas duranguenses decidirán sus propios asuntos y el delegado nacional sólo validará –para el protocolo- lo que ellos decidan. Detrás de su asistencia insustancial existe una razón de fondo: la figura del presidente Peña Nieto dejó de ser un capital político –útil- para los priistas del país.
El PRI debe apresurarse a tomar, ya, una decisión. De manera especial frente a una alternancia que, por lo visto hasta ahora, durará lo mismo que una llamarada de petate.
@juanlosimental